domingo, 24 de noviembre de 2013

Lo que de las épocas de exámenes he aprendido



Esta mañana ha sonado el despertador. Eran las nueve. Para estar de exámenes es muy tarde, ya lo sé. Sólo necesitaba reponerme un poco. Qué pesado es arrastrar el agovio de los exámenes durante un eterno mes. Cada mañana se me planta un 8000 delante que parece imposible de escalar. Lo desesperante, creo, es que sabes exactamente lo que vas a hacer durante cada uno de los minutos del día. La improvisación desaparece y tienes un único objetivo: aprender a marchas forzadas todos los conceptos que el profesor, más o menos acertado, te explicaba en clase mientras mirabas recetas americanas, la nueva colección de tu marca favorita o leías sobre una maravillosa crema hidratante a base de no se qué principio activo de nombre impronunciable. 

Aún y así, la época de exámenes también tiene su lado tierno. En realidad es como un proceso de hibernación, o al menos en mi caso. Cada día que pasa me encuentro más adentrada en la cueva en la que se convierte mi habitación y necesito menos movimientos para hacer las cosas. La verdad es que también le encuentro el gusto a levantarme y, con los ojos aún cerrados, preparme un té bien caliente. Sin pensar, ponerme el uniforme de estudio: leggins negros, camiseta de algodón gris, sudadera oversize tamibén gris y cómo no, el moño. El gris siempre me acompaña, es mi color y me da comfort. Ya os lo contaré algún día. Pero vaya, lo que os contaba es que para mí, el estudio tiene ciertos rituales que convierten el período en algo hasta nostálgico y agradable. Al fin y al cabo es un tiempo en el que no me queda otra que estar conmigo misma. 

Y como estoy conmigo misma, aprovecho para pensar y ordenar mis ideas. Cosa que, evidentemente, es altamente contraproducente. Acabo perdiendo la noción del tiempo, y no precisamente porque esté muy concentrada estudiandome la Ley de Sociedades de Capital. Además, el resultado de todo es mucha inestabilidad emocional y un aumento exponencial de la ansiedad por no saberte la materia. 

Así pues, os dejo una serie de cosas que, con el tiempo, he ido aprendiendo sobre las épocas de exámenes y que me ayudan a minimizar el impacto de sobrepensar. 

1. Contra el estrés, rutina. La mejor opción es dejar el melodrama a un lado. No vale arrastrarse por casa con la manta a cuestas y unas ojeras enormes. Tampoco vale ir a molestar a tus hermanos. O lo que es peor: viajar contínuamente a la nevera. Organízate y sigue un orden. Motívate, coje el ordenador (o un papel) y dibuja un calendario. Sí, sí, con todos sus colores. Está demostrado, va muy bien. Estudia durante las horas del día en las que sabes que tienes el nivel de energía alto. Si entras en la rutina, todo será mucho más llevadero. 



2. Es indispensable tener el espacio de estudio ordenado. Lo digo en serio. Ya sé que lo dicen todas las madres pero, séamos sinceros: ¿cómo vamos a estudiar cuando tenemos distracciones cerca? Ordenar ayuda a colocar las cosas en la mente de modo que para encarar un período de estudio, nunca te va a ir mal. Elimina posibles distracciones e intenta añadir algún elemento que te encante y te haga feliz. Soy muy fan de las velas: dan olor y crean un ambiente muy agradable. 



3. Los breaks son esenciales. No entiendo cómo la gente dice lo típico de: "me encierro durante un mes, no me vais a ver el pelo". Error, gran error. Es evidente que no podemos permitirnos estar en permanente contacto con nuestros amigos pero, creédme, lo mejor que te puede pasar después de un largo día de estudio es ir un par de horas en el cine, tomar un gintonic o cenar sushi con tus amigos. El contacto social es necesario, admitámoslo. Ah y por cierto, hay días en los que es imposible estudiar y ello no es el fin del mundo. Va bien respirar hondo, aceptar que hoy no es el momento e intentar descansar para al día siguiente continuar. 




4. Cuidarme y mimarme, mis prioridades. ¿Qué hay peor que tener la desgracia de estar estudiando durante horas y horas y, encima, llevar unas pintas tremendas? En mi calendario de estudio siempre hay ratos para cuidarme. Paradójicamente, en exámenes siempre llevo la manicura perfecta, la cara hidratadísima y las cejas impecables. Necesito recompensas. De hecho, lo que menos necesito es desmoralizarme porque a) no puedo hacer otra cosa que no sea estudiar y b) encima estoy horrorosa. Evítalo a toda costa, funciona. 




5. Querido deporte. En primer lugar, no quiero que los músculos y articulaciones se me atrofien porque sólo hago el movimiento de subrallar. En segundo lugar, y ahora en serio, cuando estamos de exámenes no le damos a nuestro cerebro muchas oportunidades para segregar dopamina de modo que tendremos que obligarle a ello. ¿cómo? Workout. Hard workout. Despeja la mente, revitaliza y permite canalizar la rabia y los nervios. Me declaro adicta al deporte, siempre, pero sobretodo en exámenes.



Pues bien, siguiendo mi calendario, es hora de irme a la cama para poder dormir 8 horas y mañana afrontar un larguísimo e intenso día de estudio. 

Hasta pronto, 

X.



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