domingo, 24 de julio de 2016

Sobre cómo asimilar

Hay días, semanas, meses que pasan sin pena ni gloria; que simplemente se deslizan por nuestro tiempo y los dejamos perder. Como si nos sobraran, como si fueran infinitos. Os he comentado más de una vez que odio tener la sensación de que no hago algo que vale la pena con mis horas y precisamente por ello lucho contra la tendencia que todos tenemos (o eso quiero creer) de no asimilar cada cosa o cosita que nos pasa. De ello viene mi obsesión de celebrarlo absolutamente todo y de fijar como loca fechas señaladas en mi calendario y en mi agenda (suelo apuntarlo en más de un sitio para ayudarme a ser consciente del evento): no cada día puede ser espectacular pero sí es verdad que debemos esforzarnos en gozar de los ratos o las épocas que, sea por lo que sea, devienen especiales. 

Todo esto os lo cuento porque este mes de julio ha sido totalmente trascendental para mí. Y lo ha sido sin darme cuenta. Porque igual que la vida a veces nos ofrece días planos, repetitivos y rutinarios y somos nosotros los que tenemos que luchar para llenarnos los minutos, a veces parece que los astros se alineen y todo ocurre de pronto y a la vez. Y todo tiene sentido y es congruente. Entonces te das cuenta de que no estás acostumbrado a que todo vaya rodado, y cuesta hacerte tuyos los momentos naturales y fluidos. 


Este mes de julio he conseguido colegiarme en el Colegio de Abogados de Barcelona. Os parecerá un puro trámite burocrático y de hecho podría serlo pero resulta que para nada lo es: después de 4 años de carrera, un año de máster, un examen estatal y un montón de papeleo infernal he conseguido, por fin, ser abogada. Y ya no hay vuelta atrás, esto ya nadie me lo quita. Es lo que soy, y cómo me gusta.


Durante este mes de julio, casi sin darme cuenta, por impulso y con una felicidad genuina que echaba de menos he decidido independizarme (wait, what?): he buceado por las webs inmobiliarias durante horas y horas y he tenido un golpe de suerte que aún ni me creo que ha permitido que ahora mismo esté sentada en el salón de mi nueva casa, que es ideal y monísimo. Y de pronto me encuentro cada dos por tres pensando en los viajes a Ikea que tengo que hacer, y en los domingos que pienso invertir merodeando por Mercantic. Y de pronto sólo pienso en sábanas y toallas, en los menús de la semana. Y de pronto tengo millones de ganas de arreglar la terracita para poder organizar las mejores veladas de primavera y verano. Y de pronto me encanta levantarme cada mañana en mi nueva habitación, que aún tiene que cambiar mucho pero que ya es casi perfecta, y abrir mi balconcito. 


En julio he podido irme un fin de semana a Roma con mis tíos y he compartido con ellos los nervios y la emoción de ir a un concierto de Bruce; las ganas locas de saber con qué canción empezará, dónde de la pista conseguiremos situarnos y si tocará o no esa canción que nunca me ha tocado en directo (y la tocó, por supuesto). He tenido el auténtico lujo que significa estar totalmente consentida durante tres días, en una de las ciudades más bonitas por las que nunca he paseado, tomar los mejores gelattos a base de soja (realmente los italianos me estaban esperando) y devorar la pasta más simple y deliciosa ever. He llorado de pena y de felicidad en las 3h55min de conciertazo que Bruce nos regaló, en pleno Circo Massimo, bailando con todas mis ganas y dejando que cada una de sus canciones hiciera su efecto en mí. Y terminé saltando y levantando polvo con un Shout inacabable (como siempre) y divertidísimo con mi amiguísima L. 


También con mi amiguísima L me planté un viernes por la tarde en el Festival Cruïlla, arrastrando el cansancio de toda la semana y emocionadas, cerveza en mano, por vivir más de un concierto a la vez, sin colas y con menos aglomeraciones. Y sobretodo me he tirado horas y horas hablando con ella de lo que nos gusta y nos cuesta hacernos mayores. 


El penúltimo fin de semana de julio lo he pasado en la Costa Brava. Celebrando la dicha que tengo de haber pasado todos mis veranos entre el agua verde y las rocas, y con una de las personas que el año 2015 me regaló, charlando sin parar, yendo con la moto de cala en cala y dejando que el sol nos tostara la piel. En el moreno no he conseguido (ni conseguiré) ganar pero estoy tranquila porque ya he roto ese color blanco que tan poco me favorece. 


Increíblemente, a mitades de julio me dijiste que igual no valía la pena, que no habíamos conseguido dejar de hacer el tonto y que no era necesario que te contestara ese último mensaje. Y también increíblemente te hice caso y no respondí. A finales de mes no lo has podido resistir y me has escrito. Porque las noches de verano, aunque se pasen en la Costa Brava o se pasen en Philadelphia, son siempre nostálgicas y un poco solitarias. Y lo bonito es que no te hayas podido aguantar. Porque lo que tiene que ser, sencillamente es. Porque en realidad me da un poco lo mismo lo que me digas si luego haces lo que haces.


Y después de todo esto, toca afrontar que mañana es el último lunes del curso porque es mi última semana antes de vacaciones. Y eso no significa otra cosa que afrontar que soy verdaderamente adulta y trabajadora y que mi verano se ha reducido a fines de semana de julio maravillosos y a tres semanas de agosto que me sabrán a gloria. 


Y porque la vida nos sorprende aunque creamos que lo tenemos todo bajo control, creo que vale la pena dejar que días, semanas, y meses sobrecargados vengan así, llenos de cosas. Porque las noches de nervios positivos y de tener la cabeza sin poder parar de pensar en todo lo bueno que nos viene y en todo lo que hemos trabajado para que nos llegue son las mejores. Y porque la cara de felicidad de las personas que te quieren cuando les cuentas lo feliz que eres vale oro. Y porque de repente todo tiene un poco de sentido y eso tranquiliza, alegra y sobretodo da fuerzas para asimilar todo lo congruente que puede ser nuestro día a día. 

 

Hasta pronto, 

X.