lunes, 16 de mayo de 2016

Sobre las claves de nuestra tranquilidad (y Bruce Springsteen)

Supongo que funcionamos por metas y objetivos, y que nos es mil veces más fácil ir pasando los días y las semanas cuando tenemos una fecha en mente que nos da el empujón que necesitamos en momentos odiosos del día a día, como cuando tenemos que sacarnos de encima de una vez por todas ese to do que hace (demasiado) tiempo que aplazamos o cuando vemos en nuestra agenda que al día siguiente tenemos que ir a hacernos un análisis de sangre.

En el mundo ideal tendríamos una de esas meta cada día, ya lo sé, pero yo intento no hacerme trampas al solitario de modo que acepto e intento vivir con tranquilidad el hecho de que no cada día va a ser maravilloso y espectacular. No es verdad que todo nos puede emocionar ni llenar al mismo nivel como tampoco es verdad que no podamos encontrar pequeñas recompensas a diario, que sin duda hacen que todo tenga un poco más de sentido. Lo que ocurre es que hay personas, cosas y actividades que de forma mucho más genuina e inconsciente nos provocan placer y plenitud: felicidad. Y ello es bonito, creo. Por eso, sí, busco recompensas que me ayuden a hacer las cosas con más ganas. Al fin y al cabo, como siempre, se trata de saber disfrutar del camino. 

En una de esas, ya hace unos meses, compré - después de mucho sufrir - unas entradas para ir al concierto de Bruce Springsteen en Barcelona. Sería absurdo y muy poco inteligente por mi parte haber disfrutado del evento sólo durante las increíbles 3 horas y 40 minutos que Bruce nos regaló el sábado así que llevo desde entonces preparando y disfrutando el concierto. Me pasa lo mismo con los viajes, que intento alargarlos preparando la maleta días antes de coger el avión, y con las cenas con mis amigos, que intento disfrutar también días antes decidiendo a qué restaurante ir y dónde tomar la copa de después.


Encontrándome en un momento de mi vida en el que estoy creciendo a marchas forzadas y a menudo se me para el tiempo intentando despejar dudas que mi cabeza me repite casi en bucle, las letras y la música de Bruce me inspiran y me ayudan a vivir la edad que tengo, que es de lo que verdaderamente tengo ganas. 

Me cuesta horrores poner todo esto en palabras pero en realidad creo que se trata de algo tan simple como que Bruce explica muy muy bien los concepto: de Fe, de Tierra Prometida y de Amor. Seguramente las claves de nuestra tranquilidad. 

Se me hace complicado entender la vida sin Fe, y no sólo me refiero a la Fe religiosa, sino al sentimiento de esperanza y de fuerza que es indispensable para saltar según qué precipicios. Por ello creo que mi canción favoritísma no puede ser otra que Thunder Road, que me obliga a acordarme que vale la pena "tener un poco de fe, porque hay magia en la noche" (“show a little faith there’s magic in the night”). También por ello creo que no hay canción que me calme más que Devils and Dust, que me enseña lo peligroso que es tener miedo, o Atlantic City que me devuelve la esperanza porque “everything dies, baby, that’s a fact; but maybe everything that dies someday comes back”.

Tampoco creo que vida tenga mucho sentido sin la búsqueda de la Tierra Prometida: el estado ideal que nos hace ser críticos con nuestra realidad y nos empuja a perseguir la excelencia en todo lo que hacemos. Tengo mis dudas acerca de si estaría donde estoy, de si habría llegado hasta dónde he llegado sin haber escuchado millones de veces Born to run, que me ha dado valor para tomar decisiones sin mirar atrás “riding out tonight to case the Promised Land”. Por no contaros que casi cada vez que me siento en el coche me pongo The Promised Land, que me hace darme cuenta de que todo se solucionaría si consiguiera apartar de mi realidad todo lo que duele.

Y por supuesto creo ciegamente en que el Amor da sentido a casi todo lo que hacemos. Y me encanta que Bruce lo explique con historias que transmiten cómo es el motor que nos mueve y nos hace hacer y jurar cualquier cosa, como cuando cuenta la historia de un chico que le dice a una chica “‘cause if you are brave enough for love, baby I’m tougher than the rest”, que resume perfectamente cómo somos capaces de entregarnos y suplicar por ser correspondidos. O I got a crush on you, que desprende la felicidad de darse cuenta de estar enamorado.

Diría que lo bonito de sus canciones no solo es que son intemporales, sino que toman un significado distinto según vas creciendo: ayudan a entender la vida. Algunas se amoldan a tus dudas y otras te acompañan en tus momentos de máxima felicidad. Y eso no tiene precio. Diría que lo diferente de su música es que explica historias y transmite valores, tiene sentido y es coherente. Diría que lo maravilloso de sus letras es que ofrecen auténticos mantras, verdades absolutas: refugios a los que es súper fácil acceder (tan simple como escuchar su canción).

No soy experta ni en antropología ni en sociología (aunque me encantaría) pero por lo que he aprendido de mi experiencia y de la de los que me rodean, tengo claro que los referentes ayudan. Que tener la figura de alguien con quien inspirarse es una suerte porque hace el camino más fácil y sobretodo más seguro: cuando confías en una idea, en unos valores, y los usas para tomar decisiones o recurres a ellos cuando necesitas algo que te guíe sabes que las posibilidades de hacer lo correcto son altas. Y ello sencillamente porque estás siéndote fiel a ti y a tus convicciones. 

La noche del sábado fue sublime, una fiesta en toda regla. No todos los días ni todas las noches son así de intensas y está bien que así sea: al menos yo sería incapaz de digerir tanto en tan poco tiempo. Parte de la gracia de los picos de felicidad es precisamente eso, que son picos. Si se convirtiesen en algo habitual perderían fuerza, quedarían diluidos. Y es que en esta vida, como dice mi amiga E, todo es relativo, ¿no?




Hasta pronto,

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