martes, 3 de noviembre de 2015

De las incongruencias más maravillosas

Cada vez veo más claro que el ser humano es incongruente, se contradice, se hace trampas a sí mismo y se autoconvence. Y todo ello continuamente, como a modo de vida.

A mí personalmente me parece fantástico. Es divertidísimo darse cuenta de cómo de incoherente se es y del poco sentido y la poca consistencia que tienen algunos de los actos que más nos definen, que más conscientemente hacemos o de los que más orgulloso estamos.

Así pues, he pensado en las incongruencias más maravillosas de mi vida, o igual de la vida en general, no sé. Ahí van:

1. Ser una persona de sí o no, de todo o nada, de cero o cien, de blanco o negro y que mi color favorito sea el gris. Y no solo eso: es que todo el mundo me identifica con el color gris (¿será que tengo cómplices de incongruencias?). Mi habitación es gris. Escojo gris siempre.

Todo con muy poco sentido, la verdad. Pero vaya, supongo que mi subconsciente - o lo que sea - me advierte de que en la vida no todo son extremos. Creo que en el gris encuentro mi calma; el punto intermedio. Sí.



2. La maravillosa incongruencia de que me regalaras un brillante y luego desaparecieras así, sin más. Porque si el brillante es la piedra eterna por excelencia, para nada actuaste haciéndole justicia. Porque te me mandaste un mensaje equivocado.



3. La aún más fantástica incoherencia de que yo lo siga llevando. Es tierno, adorable y absurdo a la vez. Ya forma parte de mí, ni lo veo, y eso me encanta.


* consejo de experiencia: lee siempre la letra pequeña. 

4. Encontrar la satisfacción de las cosas en el momento de terminarlas y no mientras las llevo a cabo. Quiero pensar que a todos nos pasa: por fin terminé la serie, por fin me acabé de leer el libro, al fin entregué ese (maldito) trabajo, al fin quedé con aquél chico (esto último lo piensas ya de vuelta a casa, ofc).

Nos hacemos esclavos del futuro de la manera más tonta posible, porque lo que suele ocurrir es que el momento de terminar algo es infinítamente más fugaz que todo el tiempo que nos lleva llegar a él y que desperdiciamos alegremente. Ya lo dicen, ya: hay que centrarse en el presente. Que ser presente es lo más congruente.



5. El contrasentido de normalizar todo lo que consigo, todo lo bueno que me ocurre.

La rabia que me da dejar de valorar o valorar mucho menos las cosas desde el momento en que me ocurren a mí, como si por el sólo hecho de vivirlas pasaran a ser normales. Hablo de cuando, por ejemplo, al viajar, dejo de ver como exótico el país que tantas veces había soñado en visitar o de cuando resto importancia al trabajo que me han dado o cuando tomo por seguras a todas las personas que más me quieren.


6. El absurdo de que todo ello sólo me pase con lo bueno. Porque lo malo es un absoluto drama aunque lo viva en mis carnes una y mil veces. Que no aprendo, que no relativizo, que no normalizo lo  duro, lo que no es agradable.



7. Lo gracioso de ser alérgica al pelo de perro y que no pueda vivir sin Haddockito.

7 bis. El sinsentido de que Haddock sea un perro pero tenga nombre de bacalao. Igual no lo sabíais pero Haddock, en inglés, es un tipo de bacalao. Yo obviamente le puse ese nombre en honor al Capitán Haddock pero creo que Hergé le puso el nombre a su personaje por algo...


8. La deliciosa costumbre de volver a meterme en la cama después de desayunar. No hay nada más anti-natural en mi vida, creo. Siendo la típica morning person que da rabia porque se pone en pie a la que suena el despertador y en media hora puede estar duchada, desayunada y con la cama hecha, me parece maravilloso volver a la cama cuando ya me había levantado.




Nada suele ser lo que parece.



Qué, ¿sois o no sois incoherentes?

Hasta pronto,

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