jueves, 10 de septiembre de 2015

De lo que he traído de Colombia

Y como cada verano, llega el momento de aterrizar y volver a todo lo nuestro. Seguramente lo mejor y lo peor de viajar es volver a casa. Pero ya sabéis que tener la sensación de queder quedarse en un sitio, de no querer que algo acabe es la más interesante porque nos indica eso: que no queríamos volver, que no queríamos que se acabase y en definitiva que hacíamos algo que nos gustaba.

El viaje es un tiempo de pensar, conectar con uno mismo y conseguir relajarse sin parar quieto. Pero este año me iba sin habérmelo planteado realmente, simplemente me marchaba. Y ahora vuelvo con dudas despejadas  y con nuevas conclusiones que, la verdad, me encantan.

Colombia me ha enseñado que las clases sociales son aún una realidad muy presente y que, desgraciadamente, hay sociedades que se rigen por estratos entre los cuales las relaciones son complicadas. Me gusta la sensación de rechazo que me provoca esa división social porque me afirma en mi país "no estamos tan mal". Me gusta pensar que tenemos la idea de igualdad bastante integrada.

Hacía tiempo que quería leer 100 años de soledad (confieso humildemente que aún no lo había hecho, sí), y cuando supe que este verano estaría en Colombia pensé que sería acertado leerlo in situ. Y como dice mi padre adoptivo, en Colombia he aprendido que García Márquez escribía divinamente pero que el realismo mágico no es más que una descripción perfecta del país. Digamos que él escribía lo que vivía (¡y de qué manera!). Os juro que no es difícil imaginarse en Macondo.

En Colombia he llegado a la conclusión de que es el país con los cielos más bonitos del mundo. No sé si se debe a la altura o a algún fenómeno meteorológico (si alguien lo sabe que me lo explique) pero siempre hay unas nubes espectaculares. Y los atardeceres son insuperables.

Durante este mes he aprendido a apreciar el café. Pero no el café que conocemos aquí; no, no, no y no. Os hablo del café que es aromático y que no necesita ni leche ni azúcar. Ahora hasta distingo cuándo un café está demasiado tostado. También me ha quedado claro que pasar unos días en una Hacienda del Eje Cafetero es felicidad: hamacas, lectura, buena comida y, obviamente, café.

Siempre he sido una férrea defensora de la synchonicity pero ahora sí que sí, estando en la otra punta del planeta, he constatado que las casualidades son una ficción. Que nada pasa porque sí, que todo tiene una explicación, una razón. Que hay personas con las que siempre estás conectado y con las que acabas estando siempre en condición de igualdad.

Y sí, he tenido que ir a Colombia para entender que no hay nada mejor que tomarse una infusión con trufas de chocolate amargo cada noche. Y sí, también he tenido que ir a Colombia para aceptar que es verdad que, a veces, simplemente tienes que irte, marcharte, esfumarte.

Doy gracias a Colombia porque me ha conectado con cosas que hacía mucho tiempo que no encontraba, porque me ha dado momentos de absoluta felicidad, porque me ha reconciliado con la fe y porque me ha regalado una familia adoptiva que nunca llegará a imaginar lo muchísimo que me han ayudado.



Por si alguno se plantea ir, que por supuesto sería una idea brillante, please keep in mind que en Colombia, el riesgo es querer quedarse.

Hasta pronto,

X.

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